12/1/07

Renuncia absoluta de la reciprocidad humana




Evolución de juglares pro-sistema, vuestras gargantas exhalan bandadas de cuervos.
De los primeros días de la tierra regresa vuestro eco jubiloso: habéis conquistado los mundos.
Mas no es mérito vuestro, y sólo excitaréis por los siglos venideros a los más carroñeros de los hombres.

Tras los bosques primigenios se oculta vuestra némesis ya casi exterminada, pues la altruista naturaleza, tristemente, no desatiende nunca y vosotros os habéis asegurado el absoluto contingente de sus ofrendas.

No sois hombres, ni bestias; sólo la numerosa nueva escoria, la más infame promesa bíblica, la única plaga cósmica.
Abiertos de manera repugnante para albergar como matriz a la corriente de los últimos treinta siglos y nutrirla; anfitriones del virus, simplemente; de una infección que, y esto es lo más terrible, ha puesto sus nuevos cien mil ojos en los que antaño exilió, demostrando así que su voracidad sigue sin ser mérito vuestro.

El proceso podría haberlo patentado el más lerdo de sus hijos:

Primero, los mudos y ciegos son los únicos que sienten miedo, el resto a cuchillo de verdad.

Segundo, por cada moneda de plata que desea una de sus crías, automáticamente, se recibe la orden de crear una unidad de ese metal en la otra faz, sin plantearse nunca la identidad del emisor -es una rutina dogmática-, y por cada metal existente se crea una unidad más de propiedad comprable; y una tarea vomitivamente gustosa que realizar para conseguirla.

Adios, Marvin Harris. Seis años ya sin dar clase

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